domingo, 8 de enero de 2012

Pumped Up Kicks






 Las armas deberían ser ilegales. Todos lo sabemos. El que esté en contra de esa opinión, que sea puesto junto al paredón e intente decir lo contrario. 




Supongamos que el poder, no tuviese todo el control. Solo eso.




 En ese entonces ya era mucho más consciente. Mi cabeza comenzaba a crear esa adrenalina y pudor que siente una persona al pensar en el sexo a temprana edad. También sabía lo que significaba ( Más o menos ) la vida y la muerte, ya que la pobre Daisy había sufrido un lamentable accidente, en el cuál yo no había tenido nada que ver, el florero resbaló desde la mesa e impactó sobre su cabeza al pasar. Pobrecita. Sus cesos se desparramaban sobre el suelo, creo que no pude parpadear por el resto del día, temiendo cerrar mis ojos y vivir de nuevo la escena.
 Era el típico verano en lo de la abuela: Salir a callejear con mi mejor amigo, juntar lombrices, pescar ranas en los sanjones (Mayormente basura) andar en bicicleta, lanzar piedras a los colectivos que pasaban a toda velocidad, y luego correr y correr hasta quedar sin aliento.
 Ese día habíamos visto en Telefe la película de las Tortugas Ninjas, mientras comíamos pizzas. Robamos los skates de los hermanos de mi amigo y salimos a patear por la vereda (Él tenía pudor a la calle, su madre le molotomeaba la cabeza con cruzar la calle sin su permiso) De a poco nos fuimos alejando, hasta que llegamos junto a los túneles que cruzaban el Autopista Del Sol, descubriendo del otro lado, el Ceamse (Un basurero)
 Los túneles nos hicieron recordar la maldita película y comenzamos a andar a toda prisa, sin pensar en los vagabundos que vivirían por las noches en esos agujeros, o la cantidad de animales peligrosos que rondarían por el lugar. Tampoco nos interesó el echo de que si no frenábamos a tiempo los skate, saldríamos volando por los túneles y terminaríamos en una pileta inmensa de agua podrída; y que la caída podría matarnos.
 Anduvimos horas y horas, el sol comenzaba a ocultarse. Para ese entonces, habíamos encontrado una montaña de cosas interesantes: Una camisa con olor a muerto y manchas extrañamente rojas, jeringas, la mano de un muñeco... (que parecía bastante real) una billetera con la fotografía de una mujer, y una bala. Por supuesto que yo sabía que si había una bala, el arma se encontraría cerca, o eso fue lo que la televisión me enseñó. Por eso decidí cruzar los túneles y encaminarnos hacia el basurero. Ocultamos los skate debajo de nuestras cosas interesantes y lo cubrimos con algo de pasto.
 Si nuestra montaña era interesante, la cantidad de cosas que brillaban (Y olían) frente a nosotros en ese momento, no se comparaban con nada en el mundo. Lamenté haber perdido tanto tiempo andando en skate en los malolientes túneles.
 Comenzamos a correr y nos trepamos sobre una gran montaña de neumáticos en desuso. Sonreí al ver los manchones negros que quedaban en mi ropa, odiaba el Bart Simpson que llevaba estampado sobre mi remera. Esperaba que no sirviese más. Maldito Papa Noel, era lo último que me había regalado para navidad, y luego se olvidó de mí.
 Sin pensarlo, trepé sobre una gran máquina que llevaba una caja metálica al frente, en la cuál se podían cargar cientos de cosas. Apreté todos los botones, nada sucedió. Mi amigo me observaba desde abajo de la gran caja. Pensé en qué sucedería si el sucio tractor (Así lo había llamado él) funcionara y la gran caja le cayera sobre la cabeza ¿Se vería igual que Daisy? Solté las palancas, me acerqué a mi amigo, coloqué un brazo sobre sus hombros y lo empujé lejos de esa chatarra, con una gran sonrisa sobre mi rostro. No quería recordar el florero, pero ahora lo veía a él pasando junto a la mesa y mis manos abriéndose sobre su cabeza, dejando caer el viejo florero de mármol de la abuela.
 Cerca del tractor, encontramos una caja llena herramientas, con una linterna que gracias a Dios funcionaba. Mi amigo llevaba en su mano una Maza, yo me calcé la linterna dentro de mis calzoncillos, imitando a los policías que la colgaban en sus cinturones.
 Golpeamos toda clase de objetos, hicimos estallar varias pantallas de viejos televisores, abollamos heladeras de las cuales salían ratones corriendo, buscando refugio entre toda la basura. Recuerdo que mi amigo casi me abolla la cabeza por reírme de él cuando una laucha pasó entre sus piernas y él gritó como una nena, golpeando todo a su alrededor desesperadamente. La laucha medía cerca de diez centímetros. Nada.
 Como no quería recordar el florero, tampoco quería sufrir la misma desgracia que mi perra, decidimos intercambiar las armas, él ahora llevaría la linterna (Cosa que no me agradaba, porque la luz era más divertida que el poder de la gran maza)
 Me molestó el momento que sugirió volver a su casa, el muy mariquita temía que su madre lo estuviese buscando, por su puesto que le dije que eso no era posible, sino la oiríamos (Mentira, estábamos como a unas diez cuadras de su casa) Él se lo creyó, aunque comenzaba a aburrirme.
 Me senté sobre una pila de heladeras bastantes altas, desde donde podía ver la mayor parte de lo que recorrimos, pero a nuestro lado se encontraba una montaña inescalable de basura, a la cuál no lograba ver del todo y volveríamos otro día (Y por qué no al día siguiente) para seguir urgeteando.
 Mi amigo se había perdido de vista, pero la luz de su linterna iluminaba a gran distancia y más o menos podía deducir en donde se encontraba. Llevaba mis piernas cruzadas y mi mentón sobre una mano, observando todo como si fuese el dueño del basurero. Levanté una mano cuando la cegadora luz me iluminó el rostro y saludé con desgano. La luz no se apartaba de mi rostro. Le dediqué un saludo con el dedo del medio y comencé a descender. La luz se agitaba de lado a lado, mi amigo se acercaba corriendo, sabía que me iba a golpear por mi "Fuck You" pero decidí esconderme y sorprenderlo por detrás.
 Me escondí dentro de una heladera (Por supuesto que la revisé rápidamente por si había ratas o arañas dentro) y esperé en silencio, aguantándome la risa. Escuché atento sus pasos, se dirigían hacia mí. Sonaban pesados y lentos. Gemía, respiraba profundo y tocía por la falta de aire que le había ocasionado la corrida. También sonaba enfermo, y mucho mayor que mi amigo. En ese momento sentí un vórtice en el pecho, la adrenalina e intriga dominaron mi cuerpo, sentía cosquilleos en mi nuca, me temblaban los hombros. No sabía si reír o gritar. Escuché una gran explosión que me paralizó. Era un disparo. En ese momento descubrí en donde se encontraba el arma que me había decidido a buscar. Sin pensarlo, abrí la heladera e impacté algo con la puerta. Corrí, corrí y corrí. Buscaba el tractor con la mirada, luego de eso encontraría los túneles y volvería a casa.
 Detrás de mí, dos luces de linterna se agitaban hacia ambos lados. No sabía cuál de los dos era mi amigo. Trepé el tractor, me escondí dentro de la caja metálica y esperé en silencio a que se acercaran. La luz más cercana, iluminaba el piso a poca altura, era mi amigo. Golpeé con la maza el metal a mi alrededor para llamar su atención, él dio un grito ahogado y se paralizó por el miedo igual que yo dentro de la heladera.
 Nos miramos, no sabía que hacer o decir. Otro disparo. Gritamos al mismo tiempo. La luz enceguedora lo fulminaba, no se encontraba lejos. Unos pasos más y lo atraparían. Apreté con fuerzas la maza, me apoyé contra el borde de la caja del tractor. Estaba a una altura considerable, el hombre que llevaba el arma, para verme debería levantar su mirada, pero se concentraba en mi amigo. Lo tomó de los pelos y le colocó el arma en la garganta. Mi amigo lloraba, yo lloraba. El viejo me buscó con la mirada, me asusté e intenté moverme rápidamente, pero la caja se tambaleó, no supe cómo pero comencé a descender, junto a un montón de basura. La caja se dio vuelta, cayendo sobre nuestro atacante. Mi amigo corrió, lo vi por la luz de la linterna alejándose. Caí sobre la basura, parecía arena movediza, una mano me tomó desde abajo y tiraba de mí. Con todas mis fuerzas comencé a golpear la mano, haciéndola sangrar. Desde abajo de la basura no lograba salir los gemidos, pero sabía que sufría porque su mano ahora intentaba asirse de mí. Me quedé paralizado, observando el agujero por el que la mano había desaparecido. No lograba oír nada. Tal vez se había cansado y no quería molestarnos más, esperaría a que cruzáramos los túneles y luego saldría. Sonreí, pero ésta vez la que salió por el agujero entre la basura no era la mano, sino era la cara más fea que había visto en mi vida. Grité, me asusté y no sé cómo no me cagué en los pantalones, agité la maza con todas mis fuerzas y le partí la frente, sentí un crujido y corrí. Corrí hasta quedar sin aliento, sintiéndome afortunado por haber podido controlar la situación, gracias al poder de la maza en mis manos.

martes, 13 de diciembre de 2011

Girar de nuevo


Voy a retorcerme en el infierno, junto a Lennon y Hendrix, tan solo porque lo dice un demente que cree en un Dios homofóbico y en un espacio infinito que arde en llamas eternamente..."
... Si usted estuviese cuerda, apuntaría el dedo hacia otro lado y se fijaría más en sus problemas y no en los míos, pero está loca, y yo estoy loco, pero a mi manera..."




Supongamos que los prejuicios no existiesen, y que las personas son personas, y no hipócritas con piernas. Que en vez de gastar tiempo intentando demostrarle al mundo que  'Educan y forman una hermosa y perfecta familia' sacasen a la luz la verdad: Revientan el cerebro constantemente a los que los rodean con información basura y miedo a lo diferente, e inconscientemente forman ante sus ojos, lo que ellos creen  'Personas perfectamente normales'. Difícil ¿No? Porque ¿Qué es ser normal?




La psicología utiliza el calificativo de 'normal' para hacer mención a cualquier ser vivo que carece de diferencias significativas con su colectivo. Esto, obviamente, sin olvidar que todos los seres vivos presentan diferencias entre sí. Por eso, el uso de la palabra normal sólo puede ser subjetivo.


 ¿Por qué una persona con tan solo cinco años podía verse a sí mismo como normal? ¿Era el echo de no tener en su compañía un modelo a seguir con el cuál compararse?  Si algo no es normal ¿Está mal? 






Navidad: (La noche esperada por todos )




 La ansiedad por que sean las doce de la noche en punto, invadía todo el ambiente, lo podía ver, o eso era lo que creía sentir. El olor a navidad (Sidra, turrones, garrapiñadas) inundaba mi nariz, y la hiperactividad dominaba mi cuerpo de pies a cabeza, tal vez por el calor del verano, o tal vez por los regalos que iba a recibir, jamás lo supe, pero lo que sí sabía, era que no había ninguna otra noche tan llena de energías, como la noche de navidad. 
 Recuerdo que corría por la calle libremente y sin preocupaciones, junto a los vecinos de mi edad, haciendo estallar cualquier cosa que se nos cruzara frente a los ojos. (Si, tan solo vecinos, porque solíamos cruzarnos en otros días del año, y ni siquiera nos saludábamos, pero aquella noche... todos eramos como mejores amigos)
 Todavía me queda en la memoria el olor a pólvora en mis manos, y la sensación de quemadura en los dedos que dejaban los 'fosforítos' de mala calidad cuando reventaban antes de tiempo, pero aún así los seguía haciendo explotar uno atrás de otro, lanzándolos por los aires cual mariposa nocturna que irradia fuegos de colores desde sus alas, junto a un gracioso silbido y luego ¡Boom! papel picado con olor ahumado. 
 Toda la familia estaba reunida en la casa de mis abuelos. Eramos como dos docenas, tres, la verdad que en ese momento no pensaba en contar a las personas, solo el tiempo me tenía obsesionado, quería brindar, correr al árbol navideño, destruir los envoltorios con los regalos y festejar en la calle con los chicos y mi super-bolsa de cohetes (O fuegos artificiales)  
 Me encontraba eufórico, no paraba de correr, sonreír y decir estupideces, pero poco me afectaba lo que los más grandes tenían para decirme, o las discusiones entre ellos. Incluso sonreía en el momento que acostumbraban a reprochar hechos pasados, terminando en gritos, llantos y la voz en alto de mi abuelo pidiendo silencio para poder terminar de cenar 'en paz' de una buena vez. 
 Todos mis primos se sentaban junto a sus padres, yo estaba junto a mamá, quien me pidió ayuda con el armado de la mesa para el momento del brindis. 
 Se hicieron las cuádruple ceros de la noche, las copas chocaron, el mantel se embriagó en alcohol, todos sonreían, se saludaban como si acabasen de verse luego de mucho tiempo, mis tíos con sus parejas se besaban locamente, y junto a los demás chicos corríamos al árbol. Se oía resonar el ya conocido golpeteo de una llanta con un gran cucharón de acero que según mi abuelo, avisaba a todos en la cuadra que Papa Noel, había llegado. 
 Todos rompían los envoltorios , mientras yo con gran esfuerzo, leía la carta que me habían dejado junto a la bolsa con una remera, y ningún juguete. Era mi quinta navidad, y la primera en la cuál no recibía lo que quería, algo que me frustró demasiado, aunque al releer la carta varias veces, entendí que Santa había hecho hasta lo imposible en cargar con todos los regalos hasta la casa de mis abuelos, y que en el próximo año, me recompensaría. 
 La sonrisa se había borrado de mi rostro. Me sentía vacío sin un juguete. Mi prima (La mayor por un par de años) abría sus regalos frente a mi cara, mientras comentaba que ella había elegido en el Mundo de los Juguetes sus propios regalos, y que su padre los compró a todos. Todos nos pusimos alrededor de ella y la escuchábamos atentos, la mayoría con la boca abierta, pero en mí no provocaba ninguna sensación, más que indiferencia (Cosa que le molestó)
- Papa Noel no existe - Intentó alardear frente a todos, con una mueca desagradable de superioridad.

- Mentira.- Le contradije e intenté corregirla, cruzando mis brazos.
 La vi fruncir el ceño y fulminarme con la mirada, entrecerrando sus ojos. 
- Ay, vos no entendes porque sos más chiquito. Pero mi papá me compró los regalos. 
- A mí me los trajo Papa Noel. 
- No, tu papá te los compró.
- No, porque mi papá se fue y me dejó con mi mamá, así que callate porque vos no sabes nada. Papa Noel no te quiere porque sos fea y mala, por eso tu papá te compró los regalos.- 
 Recuerdo que pateé su casita de Barbie y me fui corriendo a la calle.
 Let's Twist Again hacía bailar a toda mi familia, yo los miraba al pasar, no entendía cuál era la fascinación por besarse y tenerse de la mano, pero siempre que se los veía felices, lo hacían. Mi mamá bebía Champagne a un costado  junto a mis abuelos. 
 El cielo, aunque todavía seguía nublado pero por suerte no llovía, estaba repleto de fuegos artificiales, esos caros que jamás me quisieron comprar porque decían que eran para los grandes.
 La vereda estaba repleta de sapos que intentaban refugiarse en el interior de las casas, pero con un vecino nos encargamos de sacarlos a las patadas. Cuando quedaban atontados boca arriba, prendíamos un fosforito, se los poníamos en la boca y corríamos lo más lejos posible, desintegrándoles la cabeza. Me imaginaba a mi prima estallando en miles de pedazos y me retorcía de la risa junto a mi nuevo amigo. Recuerdo que le pregunté si se sentía feliz, también si él hacía 'las cosas que hacían los grandes' pero no entendía de que le estaba hablando. Lo presenté en la casa de mis abuelos, le mostré a mis tías con sus amigos besándose y luego nos fuimos. Luego de que me mostrara sus juguetes y de que nos raspáramos las rodillas por caernos de la patineta nueva, nos quedamos observando el cielo y sus últimos cohetes. Le tomé la mano y nos miramos fijamente, le sonreí, el hizo lo mismo, y sin pensarlo lo besé.
 También recuerdo que cuando nos separamos, él estaba aterrorizado y me pidió por favor que no se le contara a nadie. Comentó que en su familia jamás había visto a nadie hacer eso, y que en la televisión, cuando alguien se besaba, sus papás lo obligaban a taparse la cara, pero lo convencí de que no había nada de malo, si siempre veía que las personas cuando estaban felices lo hacían, y era normal. Ambos nos quedamos callados, sorprendidos el uno con el otro por nuestras familias. Sonreímos tímidamente, y ésta vez, él fue quien se abalanzó hacia mí primero.  















domingo, 4 de diciembre de 2011

No lo soñé

A veces oigo voces por teléfono... ignoro qué voces... amenazas. Suena el teléfono y alguien me dice cosas extrañas...que mi madre me envenena poco a poco y que me voy a morir. Me siento observado.. sé que alguien me vigila...."
"...si devoré a esas personas fue porque tenía hambre y me estaba muriendo. Mi sangre está envenenada y un ácido me corroe el hígado. Era absolutamente necesario que bebiera sangre fresca.."







Supongamos que las personas no crecieran leyendo Crepúsculo, y sus cabezas no se llenarían con esa mierda del amor perfecto, del novio ideal, de la vida cliché que llevan (Nacer, estudiar, crecer, trabajar, casarse, tener hijos, y vivir eternamente felices) y la muerte no sería el miedo más grande de todos. 
 Supongamos que se crea una nueva especie de humano (Si quieren llamarlo así) que nace sin esas características, sentimientos (Amor, odio, miedo)
 Fácil ¿Verdad? Porque todos sabemos que la vida sería mucho más sencilla sin esas configuraciones en nuestro cerebro. Maldito Bill Gates, tendría que haber nacido al mismo tiempo que Dios, y ayudado en la creación de la vida, porque ¿Creen realmente que esas mentes brillantes no saben como darle sentimientos a la tecnología? Por supuesto que lo saben, como también saben que sería un crimen, ya que pobres, sufren de nuestro abuso día tras día, sin poder reprochar ni revelarse. Pero es la idea ¿No? Están a nuestro servicio, entonces no necesitan por qué darnos su opinión, ni su punto de vista, si su uso está bien o mal empleado. 






                                          Infancia: (O como quieran llamarla)




En algunos países, un infante (del latín infantis) es una denominación legal que se refiere a los niños menores de 7 años. Etimológicamente, infantis es un término compuesto formado por in (una negación) y el participio del verbo faris (“hablar”). Por lo tanto, infantis denominaba a los niños más pequeños que todavía no habían aprendido a hablar.




 En ese entonces, yo era menor de siete años de edad, no puedo recordar exactamente cuántos años tenía, pero lo que sí tengo grabado en mi mente, es lo que sucedió:
 Era lo más joven que uno puede llegar a retroceder en su cabeza, aveces pienso ¿Que se sentirá recordar ser un bebé? Imagino que una lluvia de sensaciones locas recorrerían por el cuerpo. La comodidad en el vientre, las sensaciones ajenas, la intoxicación involuntaria, las voces "del más allá"  y cientos de cosas que jamás podremos experimentar otra vez.
  La mayoría recuerda la infancia y se emociona. Yo no. Porque en el momento que creí sentir lo que algunos denominan "felicidad" al mismo momento, experimenté lo que otros llaman "odio" y dolor. 
 Mi familia era normal. (Claro, para mi punto de vista, ya que lo veía todos los días y en ningún momento me pareció anormal, como todo) Mamá joven e ingenua, papá loco (Así lo solían llamar), tíos aún más jóvenes que mamá, y abuelos que... no sabría como calificarlos. 
 Me encontraba jugando con mi Power Ranger rojo (En ese entonces era mi ídolo) con el cuál tenía la habilidad de decapitar a Donatello, la Tortuga Ninja que menos me agradaba, y luego le echaba la culpa a Daisy, la perra de la familia, la cuál era castigada por mi papá violentamente. Ambos sonreíamos, mientras ella aullaba de dolor, y cuando más sangraba, más divertido era. El maldito de Donatello aparecía mágicamente sano todas las mañanas sobre mi mesita de luz. 
 Mis papás hablaban de lo mismo siempre, así que ya me sabía de memoria las respuestas. La típica conversación sobre la desaparición de los ahorros de la familia, las espontáneas vacaciones de mis abuelos, y la facilidad con la cuál compraban y cambiaban autos lujosos cada pocos meses. Pero éste día, tenía algo diferente a los demás. Papá se veía alterado, como los hombres malos, que al morir, la bruja Rita, los convertía en gigantes, y los MegaZords luchaban para destruirlos. 
 Imité su cara, fruncí mi nariz, entrecerré los ojos, apreté mis dientes y abrí la boca, haciendo un ruido con mi garganta, como monstruo, llevando mi Power Ranger rojo en mi mano, como si volara, con el puño apuntando hacia adelante, para destruir al furioso gigante. 
 No se me vienen a la mente las palabras que utilicé impactando mi muñeco contra el costado de la pierna de mi papá, pero sé que hacía ruidos extraños de explosiones y embestidas, haciendo que escaparan de mi boca varias partículas de saliva por la emoción y adrenalina contagiosa del momento. 
 El gigante sangraba, porque mi muñeco y gran parte de mi brazo estaba manchado, aunque no era verde, como en la televisión. Pensé que si Donatello estuviese con la cabeza unida al resto de su cuerpo, podría unirse a la batalla, ya que la pelea se volvía más y más emocionante. 
 En mi pecho sentía una gran presión, como si tuviese una porción de sol en mi interior, aunque jamás sabré cómo se siente realmente eso, así que en el momento que el monstruo embistió el costado de mi sien con su gran espada (Que era el palo de una escoba, por supuesto), no sentí nada y volé junto a mi Power Ranger, hasta caer sobre la cama. Me levanté, socorrí a mi muñeco, recuerdo que grité "¡Oh no! ¡Te han herido!" acomodé sus brazos y piernas articulables, elevé su puño nuevamente e intenté atacar al gigante que me miraba horrorizado. Mamá lloraba, no entendía por qué, si el Power estaba sano, solo se le había corrido un poco la pintura pero lo podíamos arreglar. Ella me abrazó, envolvió mi cabeza con una toalla y papá se fue corriendo. 
 Me senté en la cama, crucé mis brazos e inflé mis cachetes, porque todos mis tíos, junto a mis abuelos se amontonaron en la habitación, observándome, pero nadie quería jugar. Todos hablaban a la vez, ninguno me contestaba, me apartaban con los brazos, corrían. 
 Daisy entró moviendo su corta cola, evitando ser aplastada y nos miramos fijamente a los ojos. Sabía que ella había roto algún juguete de papá, y me había echado la culpa. No le guardé rencor, aunque fuese ella la que ahora reía de mi sangrado.